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DIEGO RIVERA, un auténtico mexicano

Diego Rivera,
un auténtico mexicano

“El que desea ser universal en su arte debe plantar en su propia tierra” y “el secreto de mi mejor trabajo es que es mexicano” fueron frases con que Diego Rivera, uno de los artistas latinoamericanos más reconocidos, describió su obra.

Sin duda es uno de los grandes artistas del siglo XX y quizá el más internacional que haya tenido el continente. Eso, porque Diego Rivera fue el pilar fundamental del muralismo y un artista revolucionario que llevó el arte a la masa, a las personas de la calle, a las que hizo asombrarse con sus obras monumentales o de caballete realizadas con lenguaje simple, directo pero lleno de contenido social.

Si para muchos Guadalupe Posadas es el padre del arte político mexicano con sus dibujos satíricos, Diego Rivera es su continuador en ese aspecto, pero de un modo más revolucionario y nacionalista porque unió arte con política, creando un mensaje fácilmente captable. Su estilo fue el resultado de la influencia de varios movimientos como el impresionismo, el cubismo, el clásico europeo, pero también el arte azteca. Sus murales, quizá sus obras más impresionantes, estaban llenos de detalles que recuerdan al barroco.

La vida de este artista revolucionario es tan colorida y apasionante como su obra. Nació en Guanajuato en 1886. Su madre María Barrientos fue descrita por el pintor como una mujer casi niña, diminuta y con ojos inocentes y su padre como un hombre fuerte, alto, de barba negra, guapo y muy simpático. Tuvo además un hermano gemelo llamado José Carlos, que murió al año y medio de nacido. Aparte de su madre biológica, Diego tuvo otra: Antonia, su nana india, de quien siempre se manifestó con el mejor de los recuerdos. Hasta algunos biógrafos se atreven a afirmar que ella fue una gran inspiración y que en ciera medida se le debe el amor que este artista le profesó a la cultura indígena. A los diez años comenzó sus estudios en la Academia de San Carlos, donde su talento era tan obvio que recibió una beca años después para que continuara sus estudios en Europa. Así, en 1907, Diego Rivera se dirigió a España donde conoció a varios intelectuales y pintores y luego se traslado a París.

En la llamada Ciudad Luz comenzó a convivir con una artista rusa, Angelina Bellof, con quien tuvo un hijo que murió a los pocos meses de gripe. La fidelidad nunca fue una de sus características, ya que tenía varias amantes entre éstas, otra rusa, Marvena, madre de su hija Marika. Una de sus biógrafas recogió una declaración de Rivera acerca de su relación marital: “Angelina me dio todo lo que una mujer puede dar a un hombre, En cambio, ella recibió de mi todo el dolor en el corazón y miseria que un hombre puede causarle a una mujer”.

La relación terminó cuando Rivera se trasladó en 1921 a México. con el compromiso de llevarla una vez que se encontrara bien instalado. Jamás lo hizo. En su país conoció al Ministro de Educación José Vasconcelos quien tenía ideas para cambiar el sistema educativo del México postrevolucionario. Uno de estos planes era crear murales en edificios públicos para que el arte llegara al pueblo, a la gran masa. Esas obras, según Vasconcelos, debían identificar al país y para ello mandó a varios artistas (entre los que se contaba Rivera) al interior para que se empaparan de la realidad indígena y rural. Una vez de regreso a Ciudad de México, Rivera realizó Creación, que según la idea de Vasconcelos debía simbolizar la unión de la tradición aborigen con la tradición judeo cristiana. Este primer mural de Rivera fue inaugurado en 1923 en la Escuela Nacional Preparatoria.

La creación

Muralista infiel

A pesar de que no era un hombre hermoso, Rivera tuvo siempre éxito con las mujeres. Una de sus amantes, que más tarde se convirtió en su segunda esposa y madre de sus hijas Guadalupe y Ruth fue Guadalupe Marín. Con ella, una mujer agraciada que fue retratada en varias ocasiones por Rivera, mantuvo una relación tormentosa y en ocasiones violenta debido a que era muy posesiva y celosa y él no era precisamente un ejemplo de fidelidad. Su tercera esposa, e inequívocamente la más importante fue Frida Kahlo, considerada una de las pintoras latinoamericans más importantes e internacionales de todos los tiempos.

Diego y Frida

También con ella sostuvo Rivera una relación tormentosa debido a su inclinación incorregible hacia las mujeres. Pero a pesar de eso, Frida lo amaba sobre todo y ese sentimiento era mutuo. Según dice una de las biógrafas de Rivera: “Diego dijo antes de morir que se dio cuenta de que lo único que valió la pensa en su vida fue su amor por Frida”. Entre ellos siempre existió mucho respeto, admiración y camaradería. Claro, que ese respeto no impidió que Rivera la engañara hasta con su hermana. Frida murió el 13 de julio de 1954 y, un año después, Rivera se casó con Emma Hurtado, su agente de ventas.

En México, el desarrollo de su trabajo mural fue vertiginoso. A Creación le siguió el fresco del primer patio de la Secretaria de Educación Pública, que consistía en un homenaje a Tehuantepec. Luego intervino con su arte el edificio de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo y el Palacio Nacional. Su arte también tuvo resonancia internacional ya que le encargaron una serie de frescos para el Instituto de las Artes de Detroit y para el lobby del Rockefeller Center de Nueva York.

Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central

En su murales, Diego Rivera comunicaba lo que vivía y sabía y lo que más sentía era mi propio país. Por eso, en sus obras, pintó a México con sus coloridos mercados, festivales. sufridos trabajadores de campo, gente común luchando, buscando la alegría negada o sufriendo. También su manifiesto ateísmo y sus ideas políticas lo hicieron pasar algún contratiempo como la vez que escribió en su mural de la Alameda Central: “Dios no existe”. Eso causó tal escándalo que estudiantes católicos trataron de borrar la polémica frase. O el caso del mural del Rockefeller Center donde incluyó una imagen de una manifestación de obreros socialistas, en donde aparecía nada menos que la figura de Lenin. Nelsón Rockefeller le pidió reemplazar ese rostro por la de un hombre desconocido, pero Rivera prefirió la destrucción total del mural antes de la modificación… Es que, según los que lo conocieron, era un hombre de ideas claras, y coinciden en que su aspecto más admirable fue su preocupación por los indígenas de su país, lo que demostró en su obra.

En su autobiografía escribió: “El que desea ser universal en su arte debe plantar en su propia tierra. El gran arte es como un árbol que crece en un lugar en particular y que tiene su propio tronco, sus propias hojas, ramas y raíces. Entre más nativo es el arte, más pertenece al mundo entero, proque cuando el artes es verdadero es natural. El secreto de mi mejor trabajo es que es mexicano”.

Rivera murió de un ataque cardiaco en su estudio el 24 de noviembre de 1957 legándole todo su trabajo a la nación mexicana.

La Historia de Mexico

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