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Juan Martínez. Impulsos conocidos y desconocidos
La exposición “Juan Martínez. Obra Gruesa” en el Centro Cultural de Las Condes, entre el 21 de junio y el 28 de julio de este año, nos permite conocer diversos perfiles de la obra del arquitecto/artista chileno. En un autor tan capital, ¿puede justificarse esa desaparición disciplinar o lo único que debería desaparecer es ese slash que los separa (o divide)? Veremos entonces, que independiente de la época, el arte chileno ha tenido potentes momentos de exhibición; posiblemente más interesantes que los actuales.
¿Es posible disociar al arquitecto del artista? Juan Martínez Gutiérrez nace en Bilbao en 1901 y fallece en Santiago en 1976. Sus padres españoles llegan a la capital chilena por trabajo, cuando Martínez tenía sólo 8 años, acá estudiará en el Instituto Nacional y, posteriormente, en la Universidad de Chile. En esta casa de estudios ingresa a la carrera de arquitectura, aún cuando su preferencia estaba en la pintura, su padre no le permite ingresar a Bellas Artes a tiempo completo –dejándolo como un pasatiempo, en el cual dedicará muchas horas de día e ingresará a los talleres más interesantes de la Academia, como el de Juan Francisco González–.
La muestra “Juan Martínez. Obra Gruesa” hilvana de manera retrospectiva los puntos más interesantes de la obra del arquitecto chileno, enfatizado en una disposición compensatoria, su hacer como artista ¿Por qué compensatorio? Porque las salas están distribuidas de tal manera que, una vez pasado el espacio central, cada uno tome la decisión de transitar por la sala de Juan Martínez/ Arquitecto o Juan Martínez/Artista.
Yo tomé la primera opción. Creo que pudo darse por una conducta natural (me refiero a esa tendencia biológica que tenemos los seres humanos de tomar las rutas diestras) o, tal vez, porque me interesaba (hasta ese momento) mayormente su obra arquitectónica. Antes de entrar en esos espacios, en la pieza de acceso, nos encontrábamos con el libro que lleva el mismo nombre de la exposición, un autorretrato y una increíble pintura de uno de los mejores retratistas del arte chileno, Pablo Vidor. En ella aparece Juan Martínez de tan sólo 24 años, representado con trazos modernos que se relacionan inmediatamente a un expresionismo alemán, que debió tener muy presente el, recién llegado desde Dresden, pintor Húngaro; tales pincelas no desmerecieron el atractivo físico que caracterizó al arquitecto.
Juan Martínez, “Autorretrato en carboncillo”, cortesía Centro Cultural Las Condes.
Dentro del “lado” arquitectónico, nos encontramos con fotografías tomadas por Fernando Balmaceda, de las obras más representativas de Juan Martínez en Santiago: La Facultad de Medicina y la Facultad de Derecho –ambas de la Universidad de Chile –; La Escuela Militar y, enfáticamente –con maqueta al mal traer–, el Templo Votivo de Maipú. Todas estas obras recuerdan el predominio republicano –en todo el ancho sentido de la palabra– que tiene la arquitectura de Martínez.
Por otro lado, hablando de la obra de Juan Martínez con una blonda amiga, me comentaba lo interesante que era pensar la creación del Pabellón de Chile en la Exposición Iberoamericana de Sevilla (1929), como una emergencia arquitectónica en un espacio de exhibición internacional; esto en contraposición a la última obra de Alfredo Jaar Venize, Venize, para la Bienal de Venecia de este año. Jaar justificaba esta obra como una crítica a la distribución de la Bienal en pabellones nacionales, donde los países de “primer orden” (por lo tanto, de participación permanente) están en el parque de la Bienal, Giardini, mientras los “pequeños” –como el nuestro, por supuesto– tienen que arrendar y compartir espacios. Es por ello que Jaar realiza una maqueta arquitectónica que se sumerge, para criticar el modelo de la Bienal esperando que los artistas sean invitados por convocatoria directa.
Independiente de los resultados de la obra Venize, Venize, de los cuales no me referiré en estas páginas, es interesante verlo como una antípoda a lo realizado por Martínez el 29. No por lo de “erigir/sumergir” de la arquitectura, ni por las escalas disímiles con las que trabajaron, sino por la potencia política de la obra; la subversión que pasa por el lenguaje visual mismo.
Puesto que la obra de Jaar –con todas las buenas intenciones que siempre tienen las obras de Jaar–, sigue estando en el espacio de la Bienal, con el público de la Bienal, con el contenido atrozmente evidente con que trabaja. Es una crítica, correcto, pero trabajada desde la obviedad; lo más interesante, probablemente, sea el uso de la maqueta. Mientras, Juan Martínez es más astuto, puesto que, si bien trabajó en un contexto histórico distinto (en el marco de la reconstrucción europea tras la primera Guerra Mundial), esto no quito que pudiese tomar una postura, primero, de corte republicano neoclásico o neoindigenista haciendo una alusión complaciente a su país patrocinante; o segundo, adoptar de manera radical y desenfadada un estilo decó o un modernismo en ciernes, que él conocía muy bien. Para Sevilla, Martínez propone algo nuevo, ahí su potencia política.
Juan Martínez, “Venecia”, cortesía Centro Cultural de Las Condes.
Puesto que el Pabellón que realiza Martínez es la propuesta de una arquitectura para Chile, desde un lugar legitimado por los profesionales de todo el mundo, en todos los ámbitos del conocimiento. A los 25 años, edad en la que resulta ganador para la representación chilena en el evento, logra crear formas únicas para el pabellón en comparación a las obras presentadas por las otras delegaciones ¿De dónde surge esta potencia?, ello podríamos inferirlo de la parte más completa e interesante de la muestra, el Juan Martínez/Artista. Sus acuarelas y dibujos demuestran una ductibilidad como pocos artistas, además de una producción inagotable, puesto que las obras montadas en el Centro Cultural de Las Condes, son las que “sobrevivieron”. Ya que el acuarelista vendió su producción para financiar su paso por Europa tras la Exposición Iberoamericana de Sevilla, viaje que se extendió durante tres años, conociendo las renovaciones en arquitectura de autores fundamentales como Mies Van der Rohe. Aprehendió las formas de diversas ciudades europeas, ello demuestra que, como todo buen artista, su enseñanza principal partió por la observación detallada y minuciosa.
La mirada atenta de las formas de la cordillera de Los Andes fueron incorporadas al Pabellón de Chile, en una suerte de guiño a la condición telúrica de Santiago y sus ciudadanos. Mientras mantuvo ese núcleo estilístico de neoindigenismo y neocolonialismo, que se estaba desarrollando en los centros latinoamericanos. El pabellón como obra, presento un abigarramiento con los lenguajes autóctonos, en diálogo con esa monumentalidad que, al parecer, no proviene de la arquitectura internacional, sino de la misma condición geográfica de nuestro país. Ello no quiere decir que no incorporará una síntesis formal propia del art decó, en el alhajamiento de partes fundamental del edificio como la puerta o la torre. La frase incorporada en la muestra del arquitecto Sergio Larraín García-Moreno, resuena elocuentemente ante esta obra: “Don Juan tuvo una posición muy independiente respecto de la nueva arquitectura del siglo XX, de la tradición hispana y de la Escuela de Viena e Internacional”.
Pablo Vidor, “Retrato de Juan Martínez”, cortesía Centro Cultural de Las Condes.
Dibujante extraordinario, de impecables trabajos a mano alzada, además de demostrar el gran caricaturista que fue y el humor que lo caracterizó. Sus estudios de figura humana generan volúmenes complejos, donde la luz y la sombra se construyen en el control total del trazo sobre el papel. Esto estará presente aún más en sus acuarelas y obras arquitectónicas. Estas dos disciplinas demuestran una sólo cosa, Martínez fue un gran artista por su manejo del lenguaje visual; todo pasaba, irremediablemente, por la mirada. Las instancias de exhibición, independientes de ellas, tienen una potencia de subversión siempre y cuando la propuesta plástica sea en lo que finalmente se concentran. Juan Martínez, como queda claro en “Obra Gruesa”, es uno de los artífices de la configuración urbana de Santiago. Una ciudad que debía –y posiblemente debe– ser la imagen de una República en construcción. Con un manejo de los recursos de manera astuta e incorporaciones ingeniosas, Martínez lo logró.
Finalmente, ¿los espectadores necesitan “lo figurativo” para entender las obras artísticas?, o más simple ¿necesitan el discurso de manera evidente en las obras? ¿La arquitectura puede generar una imagen republicana?, o más simple, ¿puede generar una imagen que identifique una nación? ¿Es necesario que el arte denuncie la injuria social?, o ¿los desmadres urbanos?, o ¿tiene una potencia reconstructiva? O, por último, ¿constructiva? Son preguntas que surgen al ver “Juan Martínez. Obra gruesa”, sin embargo, una por sobretodas sigue rondándome en este caso: ¿es posible disociar al arquitecto del artista? Repito: ¿es posible disociar al arquitecto del artista?
Fuente: Arte y Crítica