Sobre la muestra
Esta singular muestra del escultor francés Mauro Corda reúne trabajos inusuales que, lejos de los usos convencionales, invitan a pensar en lo absurdo y lo grotesco, en la vida y la muerte y fundamentalmente en lo “diferente”. La obra de Corda se rebela contra la vulgaridad de una sociedad que estandariza y formatea nuestras percepciones. Con impertinencia y gran sensibilidad, el artista subraya las cuestiones más trascendentes de este siglo: identidades, cambios ambientales, epidemias y plagas, innovaciones científicas y genéticas, entre muchas otras. Sensible al color, Mauro Corda despliega en una variedad de tintes proporcionados por las pátinas y materiales como el cromo, plata, hierro, bronce, aluminio y resina, entre otros, otorgándoles a las composiciones un carácter simbólico y expresivo. Así, las obras toman otras dimensiones en el espacio: envuelven, repelen, se achican, se distorsionan y asimismo proyectan sensaciones, recuerdos y estremecimientos.
La producción de Corda “propone una trama de visibilidades en la que confluyen la tradición clásica de la escultura modelada y una reflexión contemporánea sobre la condición humana. Esa tensión que lo habita, perturba la mirada ‘normalizada’ que espera cuerpos ideales y encuentra cuerpos incorrectos, inauditos, insólitos. Al sentirse extrañada se descubre impropia y soberbia. Del otro lado de las apariencias culturales, desbordan los miedos reprimidos, la pulsión de muerte y una sospechosa
humanidad. El canon de Vitrubio establecía una proporción correcta y una simetría vista como correspondencia entre las partes y el todo. Las figuras humanas escindidas de Corda vuelven sobre esa idea reguladora para hablar de sexualidades en tránsito, como pasaje de un cuerpo a otro. Desajustes que se alzan contra los regímenes que las construyen como “normales” o “anormales”.
Cauchemar y la secuencia de ‘Chambres’ funcionan como el negativo de impresiones fotográficas sobre la materia tridimensional. Huellas del cuerpo del bebé y de los rostros de parejas en el cotidiano “despertar” que alguna vez estuvieron allí y que en un juego perturbador de presencias y ausencias, la mirada intenta fugazmente restituir.
Gisant (yacente) cierra la muestra participando del concepto de “vanitas”; como una advertencia sobre la vanidad de la vida, nos invita a pensar en el paso del tiempo, en la vida y en la muerte. Con impecable ejecución técnica, repone un modo naturalizado y distanciado de ver los cuerpos en bronce, acero, aluminio, resina o mármol; un cuerpo clásico, de proporciones armónicas que sin embargo se presenta contingente e inestable, que nace y muere”, destaca Graciela Limardo, jefa de Museografía y Curaduría del Museo Sívori.
Corda “es visceralmente escultor. En él prima la calidad del oficio, el trabajo recoleto del taller, la reflexión aguda en cada una de sus piezas. Por lo tanto, no es un dato menor la manera en que pone de manifiesto sus convicciones. Para ello apela a la concepción de sus figuras dentro de la tradición clásica, apolínea y de carácter armónico, que es resignificada a través de los recursos que el arte contemporáneo le provee”, señala Silvia Marrube, responsable del Area de Investigación y Archivo del Museo Sívori. Y añade: “A través del manejo de un lenguaje clásico, del uso de diferentes materiales en sus más diversas combinaciones y de citas provenientes de la historia del arte y recontextualizadas, sus esculturas presentan un foco de quiebre, que tiene lugar en el casi excluyente motivo de sus composiciones: la figura humana.
Ésta se transforma en síntoma que vehiculiza la expresión de conflictos universales presentes en las comunidades integrantes del capitalismo tardío. Desde este punto de vista se puede centrar el análisis de las composiciones de Mauro Corda en núcleos temáticos, los cuales pueden sintetizarse en cuestiones relativas a las relaciones entre las personas, las nuevas enfermedades, las elecciones en la identidad de género, lo diferente y la ecología. Este discurso sobre el hombre actual se corporiza por medio del empleo de materiales nobles y en algunos casos lujosos como el mármol, bronce o el acero inoxidable, pero también la primitiva arcilla y las expresivas resinas, generalmente policromadas. (…) Transitar entre las esculturas de Mauro Corda es una experiencia no sólo de índole estética. Se encuentra en ellas un espacio de reflexión y de autoconocimiento, un poder catártico. En esta ‘modernidad líquida’ en la que nos encontramos sumergidos, en tiempos de debilidad e inestabilidad de los vínculos humanos, característica de esta sociedad pancapitalista, individualista y sin certezas absolutas y donde el miedo y angustia emergen permanente, Corda nos propone todo lo contrario. Concentrarnos en las cuestiones serias, borrar los prejuicios, acercarnos al otro, ese desconocido, aceptar la diversidad, pero fundamentalmente comprometernos y quizás podamos contestarnos entonces porqué sus esculturas nos devuelven nuestra propia imagen”.
“Observar las esculturas de Mauro Corda es en primer lugar ser golpeado por una exigencia formal excepcional”, sostiene Georges Vigarello, miembro del Instituto Universitario de Francia. “El cuerpo es su tierra. La agudeza de la mirada su herramienta. Sabe revelar la intensidad, la fuerza mágica del físico, sin olvidar sus desgracias, sus fallas, sus vulnerabilidades. (…) La figura animal también es ampliamente explorada. El animal no está ‘contado’ como podría estarlo en el caso de algún mal escultor figurativo. (…) No está detallado, como podría estarlo por una narración de circunstancias o de eventos. Está ‘atravesado’. ‘Dice’ por cierto más de lo que está dicho. Un solo vector permanece, a exclusión de todos los demás: el impulso, la velocidad pura y concentrada. Un principio universal se impone con él alcanzando el proyecto de los más grandes: la figura símbolo, inmediatamente expresiva, inmediatamente transmisible, expresando en su condensación misma lo que cada uno puede sentir. El ejemplo es central, revelando el universo de Corda, sugiriendo su total originalidad: formas sin duda, curvas también, magníficas, volúmenes densos, perfectamente combinados, pero una mayor tensión aún, una oscura intensidad, una convergencia dinámica corriendo de un lugar a otro de la obra, sosteniendo las partes en conjunto, animándolas, habitándolas, hasta hacerlas vibrar para librar mejor su verdad”.
Corda nació en Lourdes (1960), y ha recibido importantes premios: 2010, Chevalier des Arts et des Lettres; 1992, Prix Fondation Princesse Grace de Monte-Carlo; 1989, Prix de Dessin Charles Malfray; 1985-1987, Lauréat du Concours de la Casa Velázquez, Madrid; 1985, Prix Paul Belmondo; 1983, Prix de Portrait Paul-Louis Weiller, entre otros. Como artista de la Opera Gallery ha participado en numerosas muestras colectivas e individuales en París, Reims, Chambéry, Lourdes, Venecia, La Haya, Miami, Nueva York. Singapur, Hog Kong, Seúl, Shanghai, Ginebra, Beirut, Londres, Monáco y Barcelona.que representan a músicos, directores y fragmentos de
instrumentos en contraste con un intenso cielo.
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Fuente: Malba