Esta selección de piezas constituye un panorama representativo de las manifestaciones artísticas que se han desarrollado en el actual territorio peruano desde el periodo prehispánico hasta el presente. Sus variados lenguajes y técnicas dejan traslucir la diversidad cultural y la complejidad social del Perú a lo largo de tres mil años de historia.
Botella de asa estribo con representación de contorsionista
Con más de tres mil años de antigüedad, esta botella representa a un hombre en contorsión. Los tatuajes que lleva en el rostro y en el cuerpo muestran imágenes estilizadas de rostros humanos. Aunque no conocemos quien fue la persona retratada, es posible que se trate de una persona con el síndrome de Marfan, mal congénito que se manifiesta en una laxitud de las extremidades. Si bien es difícil saber como era visto un personaje como este, su representación en la cerámica sugiere que ejerció un papel importante en la sociedad en que vivió. La excavación de rescate de una tumba saqueada en el cementerio de Puémape permitió a los arqueólogos recuperar un fragmento de cerámica que coincidía exactamente con parte del abdomen del contorsionista. Si bien la pieza había llegado antes a manos de Don Óscar Rodríguez Razzetto, su propietario original, gracias a este hallazgo fue posible recuperar la información sobre el origen de esta singular botella.
Retablo portátil de la Virgen de Copacabana
Altares portátiles como este habrían proporcionado un vehículo para la difusión de cultos locales y su iconografía a lo largo de amplias distancias. Facilitaban, además, la devoción personal. El pequeño tamaño del retablo lo hacía fácilmente transportable, permitiendo que un devoto llevase un altar casero durante sus viajes. Nuestra Señora de Copacabana se encuentra dentro de un abigarrado retablo hecho de una mezcla de maguey y yeso dorada y pintada, protegido dentro de una caja de plata repujada. Los materiales preciosos utilizados en su confección revelan el alto costo que este altar habría representado para la confraternidad o individuo que lo encargó. Mientras que el interior de la pieza consiste en un relieve modelado relativamente naturalista de arcángeles, apóstoles y otras figuras religiosas, el exterior es puramente ornamental. La parte posterior del retablo muestra un jeroglífico compuesto por la letra S y un clavo, que juntos forman la palabra “esclavo”. Este era un símbolo común en el arte religioso del periodo colonial, que por lo general aparecía en pinturas sobre los vestidos de la Virgen y reflejaba la auto-identificación de los devotos como “esclavos” en su devoción por María. Cuando se cierra, el trabajo decorativo superior que se encuentra sobre el retablo le confiere la apariencia de un portal de entrada, tal vez aludiendo al retablo como una entrada simbólica al Paraíso.
Unku con diseños estilizados
La fina factura de los tejidos Wari, tradición artística originaria de la región de Ayacucho, se distingue por un complejo sistema de elementos decorativos, cuya decodificación habría requerido de conocimientos especializados. Entre bandas verticales de tonalidades rojizas, esta camisa ceremonial, elaborada en la técnica de tapiz, exhibe repetitivamente figuras estilizadas que representan a una divinidad de apariencia humana con un rostro dual que aparenta rasgos de felino y de camélido. Como imagen característica de la iconografía Wari, el personaje aparece portando báculos y sosteniendo prisioneros, en una composición dotada de una acentuada geometrización, propia de este estilo.
La captura del abigeo
La obra del cajamarquino Mario Urteaga significó la culminación de una tradición pictórica costumbrista desarrollada desde el siglo XIX en el norte del Perú. Su interés por la representación de la vida campesina coincidió con el auge del indigenismo, y por ello fue José Sabogal —junto con el sobrino de Urteaga, Camilo Blas— quien dio a conocer su obra en Lima en 1934. Hasta entonces Urteaga había practicado la pintura como una afición, desempeñándose alternativamente como periodista, comerciante, fotógrafo y profesor. El reconocimiento que alcanzó en vida fue interpretado por los indigenistas como una proyección de esa corriente en la provincia, mientras que la crítica más formalista asoció al pintor con la estética de lo naif que lo incorporaba a una cierta idea de lo moderno. Sin embargo, aunque su formación era autodidacta, Urteaga evidencia un refinamiento que evoca modelos académicos del siglo anterior, conocidos a través de publicaciones ilustradas. Sus idealizadas escenas del mundo rural intentan perennizar modos de vida tradicionales en trance de desaparición, apoyándose en esquemas compositivos de corte clásico que otorgan a sus personajes un aire de severa dignidad. Urteaga exalta así las labores cotidianas del campo, el mundo de los ronderos campesinos o la simplicidad de la vida hogareña. (RK y LEW)