A pesar de insultos, amenazas anónimas y hasta advertencias de excomuniones, la artista antioqueña nunca echó pie atrás ni colgó su paleta. Siguió el camino trazado y jamás se fijó en aceptaciones sociales o éxitos de mercado mientras pintaba el lado oscuro de la vida.
Texto: Cuando la colombiana Débora Arango expuso sus obras en la década de los cuarenta, se produjo un escándalo de proporciones. Eso, porque se trataba de una pintora de aparentes buenas costumbres y misa diaria, que colgaba unos desnudos dramáticos, desprovistos de sutilezas y timideces para hablar de prostitución, pobreza y otros temas molestos para la sociedad. Por supuesto, la reacción no se dejó espera: fue acusada de inmoral, de mala artista y hasta de pornógrafa: ‘Con la publicación de sus desnudos, los directivos de la Revista Municipal quieren hacer aparecer a la pintora pornográfica Débora Arango como un genio y una revelación, siendo en palabras sencillas una autora de cuadros inmorales y pinturas groseras que van contra las buenas costumbres. Esa revista debe ser censurada por la opinión sensata del país pues muestra una obra inmunda y afrentosa’, dijo un crítico bastante radical. Ella, en cambio, vaticinó: ‘ya llegará el día en que el medio sea más comprensivo’. Y, pasados los años, la sociedad colombiana fue más amable con su obra aunauq cuando los reconocimientos llegaron, igualmente siguió siendo objeto de injusticias y omisiones.
Arango fue premiada tardíamente con honores universitarios y exposiciones antológicas, pero por años hubo críticos que no la consideraron ni reseñaron: ‘Resulta inverosímil que su obra no haya sido enviada al Festival de Biarritz, celebrado en septiembre de 1995, porque el Ministerio de Relaciones Exteriores consideró que daba una imagen negativa del país. En ese año, tampoco fue incluida en la exposición Mujeres Artistas Latinoamericanas 1915’1995, itinerante por algunos museos de los Estados Unidos’, dijo la experta Beatriz González en ocasión de la Exposición Retrospectiva con más de 260 obras que se realizó en 1984 en la Biblioteca Luis Angel Arango del Banco de la República, en Bogotá.
A pesar de insultos, amenazas anónimas y hasta advertencias de excomuniones, la artista antioqueña nunca echó pie atrás ni colgó su paleta. Siguió el camino trazado y jamás se fijó en aceptaciones sociales o éxitos de mercado. ‘Fueron suficientes la aprobación de sus padres y su deseo de pintar la vida como la sentía’, dijo uno de sus biógrafos, Santiago Londoño, para quien Débora Arango es nada menos que ‘la pintora más significativa e importante en la historia del arte colombiano’.
Según los críticos, a décadas del revuelo de sus primeras exposiciones ya es necesario dejar de considerarla una curiosidad. Por el contrario, hay que analizarla en el contexto del arte latinoamericano: ‘Las mejores aproximaciones a su obra son recientes pero se ciñen igualmente a la temática, a la relación del color con la violencia, e insisten en señalar sus valores dramáticos y su poderosa expresión’, escribieron mientras se celebraba su retrospectiva en Bogotá, que mostró el itinerario de una rebelde desde sus comienzos como artista.
Débora Arango nació en Medellín en 1907, cuando la ciudad no tenía más de 60 mil habitantes y en materia de artes plásticas se seguía con sumisión a la llamada Academia y su carga de retratos, paisajes y naturalezas muertas. Fue la octava hija de un total de doce hermanos e ingresó a estudiar a un colegio de religiosas donde la profesora de artes, una monja italiana, captó de inmediato su gran facilidad y destreza. Cuando egresó, esa instructora le sugirió que se dedicara profesionalmente a la pintura: ‘Yo, aunque no tenía más de quince años, me alegraba enormemente ante la sola posibilidad de entregarme totalmente al arte’, recordó la pintora. Comenzó a estudiar con Eladio Vélez hasta que Pedro Nel Gómez la aceptó entre sus alumnas del Instituto de Bellas Artes. Ellas, incluida Débora Arango, expusieron en 1937, muestra que fue recibida muy bien por la prensa local.
Fue luego de esa exitosa experiencia, donde la artista presentó 21 acuarelas, que Pedro Nel Gómez le dijo a sus alumnas que ya no pensaran en ‘paisajitos y bodegones’ sino que en el cuerpo humano, concretamente en desnudos. El entusiasmo con que Arango recibió esta propuesta hizo que sus compañeras la miraran con sospecha y que no quisieran continuar pintando con ella. Luz Hernández, su más cercana amiga y condiscípula del grupo, la apoyó para que siguiera pintando y , junto con comunicarle su decisión de abrazar la vida religiosa, se ofreció de modelo en los meses previos a su ingreso al convento.
Para horror de sus compañeras, la colombiana había tomado algunas lecciones con modelos en la casa de Pedro Nel Gómez y con ayuda de sus dos hermanos médicos se adentró en el estudio de la anatomía. ‘El primer cuadro que dio inicio a su interés por la figura humana fue ‘Azucenas’, para el cual posó su hermana Elvira’, recordó Santiago Londoño en un documento titulado ‘Débora Arango, la pintura como vida’.
Pese a que su maestro Pedro Nel Gómez le da vuelta la espalda ( impide la exhibición de una de sus pinturas en una muestra local) el apoyo familiar y su necesidad expresiva la llevaron a pintar escenas callejeras, manicomios, mataderos, cárceles y poblaciones como también aspectos particulares de la condición femenina como adolescencias y maternidades, por lo que se la llama la pìntora del “lado oscuro de la vida” . Algunos de sus hermanos le solicitaban cubrir con óleo algunos de sus cuadros por temor al reproche social y, al final de la década de los 40, comenzaron a asomarse en sus telas los animales, batracios, militares, armas, sangre, gallinazos y calaveras. Su pintura se tornó feísta y con colores disonantes. En 1954 viajó a Europa y , un año después, el gobierno español clausuró una exposición que había abierto en el Instituto de Cultura Hispánica.
Eran los finales de 1958 cuando se retiró de toda actividad pública y produjo numerosas acuarelas de formato pequeño mediano como maternidades, nadadores, paseantes, veraneantes y mujeres asoleándose. En 1975 se presentó una selección de su obra en la Biblioteca Pública Piloto y nuevamente recibió anónimos insultantes. En 1984 la Secretaría de Educación y Cultura de Antioquía la distinguió con el Premio a las Letras y las Artes, con el cual inició un lento proceso de reconocimiento. En los ´90 fue objeto de distintos homenajes como la Orden de Boyacá (1994) y el doctorado Honoris Causa de las Artes de la Universidad de Antioquía (1995).
‘Finalmente, esta obra provocadora, marginada en su momento, ajena al comercio y olvidada por los académicos de la historia del arte, brilla hoy por su calidad estética, su valor testimonial y el inusitado poder iconográfico con que representa e interpreta las pasiones humanas, la injusticia, el extenso lado oscuro del alma nacional’, concluyó su biógrafo.