Pintor del optimismo y la alegría, Nemesio Antúnez se destacó por llenar de vida su obra. También por su generosa labor para dar a conocer el trabajo de otros artistas en los cargos públicos que ejerció y a través de los medios de comunicación.
‘A Nemesio lo conocí verde, lo conocí cuadriculado, fuimos grandes amigos cuando era azul. Cuando era amarillo, partí de viaje, lo encontré violeta y nos abrazamos en la Estación de Santiago…”, escribió Pablo Neruda de Nemesio Antúnez, a quien consideraba ”el pintor predilecto de mi país”.
Aunque nunca se concretó esta invitación, Antúnez sí estuvo a la cabeza del Museo Nacional de Bellas Artes, institución que alcanzó grandes avances durante su gestión. En el primer periodo, durante los gobiernos de Eduardo Frei y Salvador Allende, construyó la gran sala Matta y alcanzó en 1972 el abismante número de 52 exposiciones en un sólo año hasta que todo eso terminó, cuando aconteció el golpe militar de 1973.
La segunda ocasión, en 1990, inauguró su nueva gestión con la gran exposición Museo Abierto que consistió en invitar a todos los artistas que producían en el país a exponer una obra. Se trataba de una suerte de reivindicación a todas esas firmas, tanto consagradas como emergentes, a las que se les negó el espacio durante el régimen militar. En el cargo permaneció durante un par de años hasta que enfermó gravemente y al tiempo falleció.
La obra de Nemesio Antúnez es inconfundible. Artista de temas domésticos, nacionales y monotemáticos, son característicos de su pintura y grabado las bicicletas, los volantines, las piedras y los volcanes, los rascacielos y las multitudes. Más tarde, los tangos y sus parejas entrelazadas; las camas , que comenzó en la década de los 70 y continuó durante su autoexilio en Europa y en su regreso a Chile. La razón de este último tópico siempre la explicaba con pocas palabras: ”Si sacamos la cuenta, un tercio de nuestras vidas la hemos pasado en la cama; en ella nacimos y morimos; soñamos, hacemos el amor; nos acoge cuando estamos enfermos…Cómo no va a ser importante la cama!”.
Según el actual director del Museo Nacional de Bellas Artes Milan Ivelic, Nemesio Antúnez fue un estético del optimismo y de ahí sus volantines y bicicletas, pero también pasó épocas dolorosas que se reflejaron en su obra. ”Durante años, desde su autoexilio, su obra se ensombreció, sus colores se apagaron, la pincelada se agitó y al revés de antaño, cuando los colores ingresaban en sus más altos timbres, dispuestos en sus más altos planos de color, ahora la paleta se redujo a los grises y negros, a los azules profundos, a los volantines que caían en picada. Su dolor era el dolor de muchos”, comentó Ivelic en el libro de Patricia Verdugo, ”Conversaciones con Nemesio Antúnez”.
Fue en esa publicación que el artista, que durante años sacrificó su pasión por su pintura para dar a conocer la obra de otros creadores, explicó que su obra era autobiográfica ya que no se puede pintar el cielo si no se tiene los pies bien puestos en el suelo: ”Tenemos que partir de una realidad y de una emoción vivida, y permanecer en ellas. Después el cuadro exterioriza esa emoción. Ese es el objetivo del artista. En cada tela tiene una vida nueva, una aventura en la que va obteniendo una integración mayor. Así se integra la vida o la muerte” .