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EL INDIGENISMO en el Arte Latinoamericano

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95rf0Indígenas con trajes ancestrales, sus pies descalzos, manos ásperas, ojos brillantes y facciones  toscas fueron,  desde los años 20,  los protagonistas en el arte latinoamericano. Surgieron , con todo su colorido y desesperanzas,  impulsados por los movimientos sociales que trajeron dos revoluciones radicales y lejanas una de otra: la Mexicana y la Rusa.

El movimiento indigenista artístico se dio especialmente en  Perú, Bolivia, Ecuador y,  por supuesto,  México con características distintas pero también similares. La principal de estas últimas es que en las cuatro naciones el objetivo fue la reivindicación social de las comunidades autóctonas y la revalorización de sus tradiciones culturales. Otra fue que en su mayoría, quienes lo desarrollaron fueron hombres de clase media y blancos, alejados social y culturalmente de estas realidades pero conscientes de esta disyuntiva. Todos ellos presentaban al mundo indígena como un paradigma de la nacionalidad auténtica, como el origen de una cultura nacional.95rf1

 

En México, el indigenismo surgió inmediatamente después de su gran revolución  ( fecha???) y tuvo como forma de expresión el muralismo. El gran impulsor fue el ministro de la  época, José Vasconcelos, quien llevó a cabo un programa que tenía como objetivo socializar el arte para  hacerlo más cercano al pueblo.   Con este fin, llenó de murales el país con obras de artistas que trabajaban esos temas en un gran formato. Entre los principales estuvieron Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siquieros. En sus obras, los indígenas  (con sus vidas esforzadas y explotadas, sus tradiciones, creencias y mitologías)  tomaron carácter monumental.

 

 

Perú es el otro país latinoamericano que vio florecer esa tendencia. Las reformas universitarias y, por supuesto, el pensamiento social de figuras como José Carlos Mariategui y Raúl Haya de la Torre impulsaron de alguna forma este arte comprometido con la realidad. Así surgieron pinturas que representaban indias con sus faldas cargando agua en vasijas, indígenas tocando sus instrumentos o mujeres con sus trenzas y tongos dirigiéndose a la iglesia de un pueblo de la sierra.

 

 

El cabecilla de esta corriente fue José Sabogal, que llegó no sólo a imponerla a fuego mientras dirigía la Escuela de Bellas Artes de su país. Esa actitud algo despótica hizo que un grupo de disidentes formara Los Independientes, que optaban por una pintura más internacional y universa. Aún así, Sabogal y su ‘pintura de cholos’, como peyorativamente la definían sus detractores, tuvo seguidores, y muchos. Entre ellos estuvieron Camilo Blas, Julia Codecido, Enrique Camino Brent y Teresa Carvallo, por nombrar unos cuantos. Mención merece también el pintor cajamarquino Mario Urteaga, quien pintó al pueblo indígena con sus costumbres, sus riñas, entierros, procesiones, labores domésticas con muchos colorido y la inocencia que los artistas autodidactas le imprimían a su producción.

 

 

El arte indigenista boliviano fue encabezado por Cecilio Guzmán de Rojas. Nacido en Potosí, este artista recuperó la estética indígena y la incorporó al repertorio artístico. También lo hizo Arturo Borda, quien fue despreciado por la burguesía blanca. Pero él, sin inmutarse, llegó a pintar más de dos mil telas, entre las cuales destacó El Achachila y La Pachamama. Luego de su muerte, en los años 50, su nombre fue reivindicado y alabado no sólo en su país sino en el extranjero, especialmente en los Estados Unidos.

 

 

Ecuador, por su parte, tuvo uno de los pocos casos de pintores indigenistas que provinieron de ese mismo grupo social, Oswaldo Guayasamín. Hijo de un obrero indígena y una madre dueña de casa, este artista llegó a ser considerado uno de latinoamericanos más internacionales. Provino de la miseria más absoluta, del hambre y de la desesperanza, pero supo no sólo sobreponerse a esa adversidad sino grabar su nombre en la historia del arte de la región. Y lo hizo pintando una realidad que no le fue ajena ya que plasmó con su energético pincel lo que el hombre le hacía al propio hombre. Pintó rostros de facciones toscas marcadas por la angustia, la pobreza, el trabajo arduo y las faltas de respeto. Sus ojos desencajados de tanto sufrimiento y las manos de dedos largos y crispados recorrieron el mundo entero.

 

Eduardo Kingman también es buen ejemplo de esa tendencia e interpretó la realidad social de los más pobres, aunque perteneció a la clase media.  Sus obras muestran indígenas y sus vivencias,  pero con colores  más fuertes y brillantes que los de “el maestro”  Guayasamín quien pintaba el mundo de los indígenas con conocimiento de causa ‘¡Porque soy indio, carajo!’, decía orgulloso.

 

 

 

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